Jorge Laurel González
“El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres.” – Platón
La política mexicana suele moverse en un terreno donde los gestos comunican tanto como las declaraciones. Y en los últimos días, el silencio de Adán Augusto López Hernández, exgobernador de Tabasco y exsecretario de Gobernación, ha generado más ruido que cualquier discurso. La orden de aprehensión girada contra su exsecretario de Seguridad Pública en Tabasco, vinculada a presuntos actos de corrupción y abuso de autoridad, ha sacudido el panorama político local y nacional, planteando preguntas incómodas sobre las lealtades y responsabilidades que rodean al círculo cercano del político tabasqueño.
Durante su gestión como gobernador (2019-2021), Adán Augusto confió en un equipo que, en teoría, debía garantizar estabilidad en una entidad marcada por altos índices de violencia y complejidades sociales. Entre sus figuras clave estuvo su entonces secretario de Seguridad Pública, personaje que ahora enfrenta graves señalamientos judiciales. Aunque legalmente la responsabilidad es individual, políticamente las consecuencias tienden a salpicar a quien otorgó confianza y legitimidad a ese funcionario.
En México, la narrativa política es implacable: un escándalo en el círculo cercano se convierte rápidamente en sospecha contra el líder. Se reavivan cuestionamientos sobre la capacidad de López Hernández para elegir colaboradores probos y competentes. ¿Fue ingenuidad política, desdén hacia los controles internos o simplemente complicidad tácita? Aunque no hay pruebas que lo vinculen directamente con los presuntos delitos, su figura queda expuesta a una lectura desfavorable.
Más allá de los hechos, lo que agrava el escenario es su prolongada ausencia ante los medios de comunicación. En un país donde la percepción es casi tan relevante como la realidad jurídica, no dar la cara alimenta la especulación. Un breve mensaje aclaratorio, una conferencia para desmarcarse o al menos una postura institucional hubieran bastado para contener la narrativa. En cambio, el silencio abre espacio a interpretaciones: desde quienes creen que “algo oculta” hasta quienes lo perciben como debilitado políticamente.
La falta de pronunciamiento también deja el terreno libre a sus adversarios. En Tabasco, donde las rivalidades políticas son intensas, este episodio es aprovechado por opositores para cuestionar su trayectoria y su papel en la llamada cuarta transformación.
Y a nivel nacional, su perfil como figura cercana al presidente López Obrador se ve empañado, restándole margen para futuros movimientos políticos.
Cabe preguntarse si este silencio es producto de una estrategia deliberada. Adán Augusto López Hernández es un político experimentado, acostumbrado a manejar los tiempos mediáticos. Tal vez confía en que la tormenta se disipará por sí sola, que las acusaciones contra su excolaborador se resolverán sin mayores implicaciones y que él saldrá indemne al no avivar el tema.
Sin embargo, en la era de la inmediatez informativa, callar rara vez funciona como escudo. La sociedad exige explicaciones y la prensa, ante la ausencia de declaraciones oficiales, llena el vacío con filtraciones, versiones extraoficiales y análisis que pueden deformar la realidad. El riesgo de permanecer en la sombra es que la narrativa adversa se solidifique antes de poder ser desmentida.
El episodio ocurre en un momento clave para la carrera de López Hernández. Aunque tras la contienda interna de Morena para la candidatura presidencial su protagonismo mediático disminuyó, sigue siendo un operador político relevante dentro del partido oficialista. Su cercanía con el presidente y su papel como puente entre diferentes grupos de poder lo mantenían como una figura con proyección, finalmente es el coordinador de los senadores del grupo parlamentario mayoritario.
Ahora, el caso en Tabasco amenaza con debilitar su capital político. Para un partido que se presenta como abanderado de la honestidad y el combate a la corrupción, tener a uno de sus rostros visibles vinculado indirectamente con un escándalo judicial es un flanco vulnerable. Incluso si no existe responsabilidad legal, la percepción pública puede erosionar su credibilidad y, por ende, su capacidad de negociación dentro de Morena.
Frente a este panorama, Adán Augusto tiene dos caminos: continuar con el silencio y esperar que la atención mediática se desvíe hacia otro tema, o enfrentar la situación con un mensaje claro que reafirme su inocencia y deslinde responsabilidades. La segunda opción, aunque más riesgosa en el corto plazo, le permitiría recuperar el control de la narrativa y proyectar liderazgo.
El caso también plantea un mensaje más amplio sobre la necesidad de transparencia y rendición de cuentas en las administraciones estatales. La caída de un colaborador no siempre implica la caída del líder, pero sí marca su legado. Y en política, los legados son tan frágiles como la confianza pública que los sostiene.
Por ahora, su silencio es un eco que resuena con fuerza. Y en la política mexicana, el eco suele volverse juicio.
Recordemos que solamente Juntos, Logramos Generar: Propuestas y Soluciones.
JLG
