
Valeria Aylin Hernández Muñoz
“El mexicano la frecuenta, la acaricia, duerme con ella, la festeja; es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente.” -Octavio Paz “El laberinto de la soledad”
La muerte y la vida son dos dicotomías que coexisten en la cosmovisión mexicana y en el día de muertos se sientan en la misma mesa. Hablar de la identidad mexicana sin hablar de la muerte, es dejar de lado a uno de los elementos más importantes que explican el ser en este país.
La historicidad de la muerte se remonta a nuestros antepasados prehispánicos, hablar de sacrificios sin el derramamiento de sangre no es sacrificio en lo absoluto, puesto que el acto biológico del fallecimiento era la verdadera ceremonia y consecuentemente la verdadera ofrenda: para las lluvias, la abundancia, las cosechas, un buen gobierno, la salud, entre otros aspectos más. En nuestra época contemporánea, hemos sustituido estos actos sanguinarios, atroces y un poco primitivos por el derramamiento de cultura, fiesta, jolgorio, música, entre otros elementos más que se conjugan en estas fechas tan importantes; no obstante, la cultura de la violencia persiste y permanece como un silencioso huésped que pudre las raíces de nuestra sociedad.
La indiferencia del mexicano ante la muerte es el reflejo propio de la misma indiferencia, reírnos de la muerte no es una falta de respeto sino una manera de restarle poder y de enfrentarla, al estilo en el cual sólo un mexicano sabe hacer; hilvanamos una corona de lágrimas embellecida por altares coloridos con elementos que han persistido con el paso de las civilizaciones, pero también las modificamos con características propias.
Para el escritor y Premio Nobel de literatura, Octavio Paz, el mexicano moderno siente, teme pero no entiende a la muerte, es decir, la ha vaciado de sentido y consecuentemente vive en función de querer otorgarle una razón de ser quizá mágica, mística, cultural, y este vacío existencial logra ser iluminado con una respuesta cada 2 de noviembre.
Preparar la llegada de los fieles difuntos con: un camino de flores de cempasúchil, el humo del copal purificando cada rincón, las velas iluminando el sendero terrenal, la fruta decorando y perfumando cada casa, las fotografías algunas con marcos preciosos y otras que buscan sobrevivir entre el polvo, el desgaste y el pasar de los años, es una manera muy mexicana de gestar una juerga astral visible para aquellos que se nos adelantaron.
El pasado y el presente,
la nostalgia y la emoción,
la vida y la muerte
se fusionan en un abrazo de Amor.
Ilusión del reencuentro,
encuentro vehemente desde el más allá.
Porque se la pasa bien del otro lado
Que nadie ha regresado a decir cómo está.
Día de muertos,
la radiografía de una identidad.
Porque quizá no entendamos la muerte,
pero sí que la sentimos en inmensidad.