Por Patricia Segovia T.
José Segovia Zamarripa, fue un hombre sordomudo que no tuvo opción más que dedicarse a reparar zapatos, actividad que no era exitosa a principios del siglo XX, en un lugar de muy escasos recursos como Concepción del Oro, Zacatecas. Junto con Rita Guadiana, engendraron 11 hijos, de los cuales, solo sobrevivieron 3; Álvaro, Ángel y Socorro. Don José, hizo grandes esfuerzos, por mantener vivos a los que le quedaron.
Ángel Segovia Guadiana, no tuvo opción de estudiar pues desde los cinco años, sí, cinco, se “pegaba”, siguiendo a Álvaro, a los arrieros, para que le dieran unos centavos. Solo tenía una camiseta y andaba descalzo. El hambre y el frío, eran una constante en su vida. Estudió hasta el segundo año de primaria, pues era imperativo dedicarse a cualquier actividad para obtener unos cuantos pesos, para seguir sobreviviendo. Así aprendió de electricidad, albañilería, Se casó a los 19 años. Se fue de “mojado” a Kansas “a las vías del tren”. Mandó dinero, para encontrarse, a su retorno, que todo, se había gastado. De esa unión, nacieron varios hijos, pero le sobrevivieron 9. Encontró un buen trabajo como chófer de grandes empresarios. Años después, a los 40, unió su camino al de Lidia Téllez Hernández. Tuvieron otros 7 hijos. Esto ya en la Ciudad de México. A pesar de su instrucción tan básica, de los pocos años de escuela, era un hombre con una cultura muy por encima del promedio de su entorno.
José Luis Segovia Téllez. El primer profesionista de la familia. Comenzó a trabajar desde los 13 años como ayudante en una relojería. Barría, hacía “mandados” iba al banco y le robaba tiempo al tiempo, para hacer sus tareas escolares. Su día comenzaba a las seis de la mañana y terminaba a las nueve de la noche. En ocasiones, por exámenes, simplemente no dormía, pero llegó a ser contador público egresado de la Escuela Superior de Contaduría y Administración. Tuvo una hija, su razón de existir a partir del momento en que la tuvo en sus brazos.
Alberto Segovia Téllez. Un hombre muy inteligente que vivió su juventud, como venía. Estudiaba, jugaba, hacía chambitas. Intentó negocios, desde vender tacos, tener una tienda, hasta que ingresó a un banco, luego a una constructora y se convirtió en un ejecutivo muy valioso, tanto que en muchas ocasiones quedó al frente del negocio. Tan relevante fue su participación que estuvo a punto de ser socio y después de su fallecimiento, la sala de juntas de la empresa, lleva su nombre. Tuvo 3 hijos, dos mujeres y un varón.
Lo que, además de la sangre y los apellidos, es una constante en estos hombres, fue su vocación de padres, su responsabilidad, sobre todo, el profundo amor a sus hijos.
No nada más eran proveedores. Daban tiempo a sus niños. Jugaban con ellos, aún a las 2 de la mañana. Les preparaban sus alimentos, los cambiaban, los vestían, los peinaban, hacían tareas. Cuando los vástagos de “Pepe y Beto”, arribaron a la adolescencia, los llevaban a las fiestas. Si el evento era cercano, los dejaban y regresaban, si era lejos, se esperaban cerca, aún dentro del auto. “La seguridad, bienestar de sus pequeños”, era prioridad, aún a costa de su descanso.
Don Ángel estuvo adelantado a su tiempo. Lo único tradicional en El, era que indicaba a sus masculinos que no debían llorar. Eran hombres y éstos, “aguantan”. Hizo su mejor esfuerzo por no hacer distingos entre niñas y niños. Beto, no siguió sus enseñanzas al cien por ciento, pues no tenía freno para mostrar sus sentimientos, por medio de las lágrimas.
Los cuatro, cada peso que obtenían, era destinado a su familia; para vivir, comer, vestir, educarse, salud, diversión, oportunidades, juguetes, mejores que las que cada uno, tuvo en su infancia. Sus “vicios” eran la buena comida y la música.
No, no eran perfectos, no los idealizo. Cometieron errores, tuvieron momentos excesivos, tampoco voy a recurrir al lugar común de “Nadie tiene un manual para ser padre o nace sabiendo”. Simplemente fueron humanos con dudas, miedos, inseguridades, que iban aprendiendo, a cada momento, a asumir su existencia y guiar la de sus descendientes.
Sí, también hubo padres dentro de mi familia que harían avergonzarse a los personajes de Don Fernando Soler, pero no son motivo de estar en estas líneas. Son tema para otro tipo de relato.
José, Ángel, José Luis, Alberto, los padres en mi familia, pero también los: “Fernando”, “Arturo”, “David”, “Jorge”, “Enrique”, “Carlos”, “Felipe”, y muchos nombres más de amigos míos que aman con todo su ser a sus hijos, por ello los admiro, respeto, quiero. Todos ellos hacen de “El día del Padre”, una fecha muy especial para mí en la cual les reconozco, les agradezco, ser esa figura, que por lo menos para mí, me hace darle las gracias a la vida, por haberme dado, uno de los mejores.
¡Feliz día, padres en “Presencia”!
