
DRA. MARICELA LÓPEZ TREJO
Acapulco está viviendo una transformación silenciosa pero poderosa: una manera nueva de mirar su riqueza natural, cultural y humana. Hoy, el puerto abre sus puertas a experiencias que nacen de la tierra, del trabajo de su gente y del deseo profundo de reconectar con aquello que da vida. En ese despertar surge la Bioruta Viverista, un concepto que no solo se recorre… se siente, se respira y se atesora.
Esta ruta representa mucho más que un proyecto turístico: es un puente entre el visitante, la comunidad y la naturaleza. Es una invitación a mirar con otros ojos lo que siempre ha estado ahí: el milagro de la biodiversidad, la sabiduría de los productores locales y la fuerza de una comunidad que protege lo que ama.
Su aportación es doble y conmovedora: educa y transforma. Con cada paso promueve valores esenciales como el cuidado del agua, la reforestación urbana, el respeto por los ecosistemas y la importancia de los viveros como guardianes de la vida.
La experiencia inicia en el Vivero Yolihuani, cuyo nombre en náhuatl significa “fuente de vida”. Y no podría haber nombre más perfecto: cada espacio irradia el latido de la tierra y el esfuerzo amoroso de quienes la cultivan.
El Arq. Miguel Ángel Soriano Sánchez, pionero en la propagación de especies en Acapulco, logró que numerosas plantas se adaptaran al clima local. Entre ellas destacan las exquisitas orquídeas, pequeñas joyas vivas capaces de perfumar el aire con aromas que despiertan recuerdos: vainilla, canela, coco y otros matices que parecen contarte una historia al acercarte.
La imponente oreja de elefante (alocasia) sorprende con hojas de casi un metro de largo, como si la selva misma se inclinara para saludarte. En muchos lugares se le considera símbolo de abundancia y protección, recordándonos que cada hoja es una bendición que se expande.
Los Cuernos de Alce, nobles y majestuosos, invitan a detenerse y hacer un pequeño ritual: colocar la mano sobre ellos y, en silencio, pedir un deseo. Este gesto sencillo conmueve a muchos visitantes, pues les permite reconectar consigo mismos.
La Licuala, una palma de crecimiento lento y elegante, parece diseñada por un artista. Cada hoja nueva es un regalo del tiempo, un recordatorio de que las cosas valiosas requieren paciencia.
La famosa Monstera, o Costilla de Adán, deslumbra con sus perforaciones naturales, una estrategia perfecta para resistir los vientos fuertes de su hábitat. Es un ejemplo vivo de adaptación, fortaleza y belleza resiliente.
La planta Teléfono o Planta del Dinero, tan resistente como noble, se asocia con la prosperidad y la constancia. Y, según algunas tradiciones, es también un amuleto del amor: se cree que atrae compañía, cariño y buenos vínculos. Un detalle que enamora a quienes buscan algo más que una planta… quizá una señal.
La Cuna de Moisés, conocida como Flor de la Paz, conmueve por su serenidad. Su espiga central, delicada y luminosa, simboliza bienestar y equilibrio, recordándonos la importancia de encontrar momentos de calma.
La actividad principal del recorrido —sembrar una plantita— es mucho más que un taller. Es un acto de esperanza. Cada visitante coloca sus manos en la tierra y vive la sensación íntima de dar origen a algo nuevo.
Porque la naturaleza es portadora de intención: al sembrar, se siembra también un propósito, un deseo, una conexión. Muchos visitantes aseguran que este momento se convierte en el recuerdo más valioso del recorrido.
La Bioruta Viverista inicia con el trabajo colectivo de productores locales, viveros comunitarios, promotores turísticos y personas comprometidas con la protección del entorno. Su propósito es mostrar el ciclo completo de la vida vegetal: cultivo, reproducción, rescate y preservación de plantas nativas, ornamentales y medicinales.
Cada visitante descubrirá en los viveros que no solo venden plantas: sino cultivan futuro, preservan memoria y sostienen el equilibrio ecológico del puerto.
La Bioruta Viverista no es solo un paseo: es una experiencia que siembra conciencia, fortalece vínculos y embellece el entorno. Cada persona que la recorre se convierte en aliada del territorio, celebrando la vida y reconociendo que Acapulco es mucho más que playa: es tierra fértil, es comunidad viva, es biodiversidad que merece ser cuidada.
