Por Patricia Segovia T
Derivado de que un “amigo” del Dr. Enrique Caballero Peraza, que cada vez que puede, le manda comentarios “matones”, le hice la broma de qué si Enrique le había ganado en las canicas y se quedó con la “agüita” y la “bombocha”, recordé lo mucho que me disgustaba ser niña, pero eso, no me limitó en mis juegos infantiles.
Los amigos de mi hermano, me enseñaron a jugar canicas. Era muy divertido el primer tiro cuando hacías que la pequeña bola de vidrio, hiciera que las demás se dispersaran. Hacer el “hoyito”, tirar de “uñita”, y traer colgada, presumiendo la bolsa de los triunfos de colores; verdes, azules, grises o las que tenían amarillo y/o naranja en su interior, con diferentes tamaños. Eso significaba que se era el maestro, el campeón, en ese divertido juego. Por supuesto que compré una que otra canica, y en una ocasión, gané.
Lo peor de ser una pequeña dama, es que no podía ser el “Santo”, pero yo me lo adjudicaba y obligaba a ser “Blue Demon” a mi pequeño hermano. Obvio, siempre le ganaba. Dos años de diferencia siendo infantes, es una gran ventaja, aun siendo mujer. Como yo celebraba estruendosamente, Pepe, se desquitaba argumentando “pero no puedes ser el “Santo” ¡Él es hombre! Como dice “Mafalda”, “que feo es pegarle a alguien que tiene la razón”. Las carreras de cochecitos, que era poner las manos sobre unos autos de plástico y correr en cuatro patas ¡Divertidísimas!
El futbol y el beisbol, tampoco fueron prohibidos para practicarlos. Lo malo fue cuando el balón, lleno de lodo, impactó en las blanquísimas sábanas que mi mamá acababa de lavar. Casi en cámara lenta, vimos como la pelota resbalaba lentamente por la tela dejando su lodosa huella. Le echamos agua, tratamos de que no se notara, pero fue en vano. Se pueden imaginar la razón, de que esta anécdota, se volvió una experiencia “inolvidable”, para mi hermano y para mí.
Brincar zanjas y charcos, después de la lluvia. Salirnos a mojar durante ésta, mientras se descuidaba mi mamá, pagando la travesura con el resfriado correspondiente. Saltar en la cama jugando a los almohadazos, treparme en el columpio que me hizo mi papá debajo de la rama de un Pirul, con el enorme placer de no dejar subir a mi tía, solo por molestar, eran momentos insuperables.
Mi hermano era “Batman” aunque yo quería que fuera “Robín”. Era terrible ser “Batichica”. Una joven muy bonita, pero que siempre terminaba amarrada y rescatada por el “hombre murciélago” ¡Humillante!
Imitar a mis cantantes favoritas, era fantástico. Sus bailes, movimientos, gestos ¿Nunca tomaron un cepillo para cabello, como micrófono?
“El tío Gamboín” y “Chabelo”. Tenían unos juguetes que yo, ni en sueños. En el programa “En familia”, todos los domingos por la mañana, presentaban uno nuevo. Yo solo tuve acceso a trompos de madera con punta de clavo que no eran ni similares a los que presentaban en ese espacio, por ello, nunca me gustó ese artefacto. El “yo yo” con el que se hacía; “el perrito”, “la vuelta al mundo”, “el columpio” y que parecía sacar chispas al verlo subir y bajar por la cuerda, de verdad, era inaccesible. Obtuvimos unos que no daban ni un cuarto de vuelta al mundo.
De muñecas, una “aspiracionista” como yo, quería “Barbie”, pero las que tenía, no eran de la familia “Mattel”, lucían, despeinadas, sin ropa, arrumbadas.
Los niños, creo, con cuidados y amor, son felices con lo que tienen. La imaginación, la ilusión, siempre hace brotar la sonrisa pronta, espontanea.
Las caricaturas, eran adictivas. No nos deteníamos a ver si eran “machistas”, “feministas”, “políticamente correctas”. La violencia, que sí había, se mitigaba viendo, por ejemplo, que “El Coyote”, se levantaba con los pelos parados, después de una explosión. Dentro de todo, se mostraba que “el malo”, recibía su castigo y el “bueno”, ganaba.
Salir a caminar con los papás, comer un elote, un helado, una paleta, un merengue, eran momentos muy dichosos. Por cierto, también jugaba volados con los merengueros y una vez, gané 6. Guardaba dinero para comprar, a la salida de clases; pepino o jícama o mango y hasta rábano o hielo con chile. Como era clienta, llegué a obtener descuentos y/o crédito con la señora del carrito de madera, lleno de esas delicias. Una que otra vez, me ofrecí a ayudarle, para obtener esas ventajas.
La infancia debe estar llena de recuerdos felices y mi época, no la cambiaria por la actual. “Los encantados” “El bote escondido” “La gallina pone huevos”, “Los quemados” “Los encantados”, “La guerra” “Las ollitas”. Mi mamá insistía en que las “niñas bonitas”, no se comportaban así. “Bueno, yo soy fea”, pensaba.
¿Qué recuerdos tendrán los niños de ahora? Los que sean, espero les traiga una sonrisa, como la que tengo, desde que comencé a escribir estas líneas y me hicieron una cadena de remembranzas, todas con la satisfacción de haberlas gozado superlativamente.