
Por: Dr. Ricardo Guillén Memije
El mundo se reinventa todos los días. Según estimaciones recientes, más de 137 mil empresas nacen diariamente en el planeta; cada una representa una chispa de esperanza, una idea que desafía la inercia y siembra el cambio en la economía global. En México, el INEGI reporta que más de 1.6 millones de nuevas MiPymes surgen cada año. Detrás de cada una hay un rostro, un sueño y una historia de valentía.
Emprender no es solo crear una empresa, sino romper con lo establecido y construir lo que antes no existía. En ello se cumple una de las más fascinantes leyes del desarrollo económico: la destrucción creativa, propuesta por el economista Joseph Schumpeter en Capitalism, Socialism and Democracy (1942). Schumpeter explicó que el progreso surge cuando la innovación destruye lo viejo para dar paso a lo nuevo; cuando una tecnología o una forma distinta de pensar reemplaza lo que ya no funciona. Así, el cambio —aunque a veces doloroso— es el motor que mantiene viva la economía y el espíritu humano.
Hace unos días, el economista francés Philippe Aghion recibió el Premio Nobel de Economía por su trabajo sobre la teoría del crecimiento sostenido a través de la destrucción creativa. Su investigación demuestra que la innovación puede impulsar la productividad de manera sostenible y equitativa cuando los gobiernos y las empresas crean condiciones para que los emprendedores florezcan. El verdadero desarrollo económico, confirma Aghion, no proviene de conservar lo existente, sino de atreverse a transformarlo.
El emprendedor es, en esencia, un agente de esa transformación. Cada vez que alguien abre un taller, lanza una tienda en línea o crea un proyecto social, está afirmando que las cosas pueden hacerse mejor. Como señala Guy Kawasaki en El arte de empezar (2004), “emprender es un acto de amor: por una idea, por una causa o por la posibilidad de dejar huella”.
En un entorno donde la tecnología, la inteligencia artificial y la globalización cambian las reglas constantemente, la capacidad de adaptarse, innovar y reinventarse se convierte en el mayor activo de cualquier individuo o empresa. El emprendedor del siglo XXI no solo busca ganancias, sino trascendencia, impacto y propósito.
Como afirma Simon Sinek en Start With Why (2009), los grandes líderes comienzan preguntándose por qué hacen lo que hacen. Esa pregunta los sostiene ante la incertidumbre o el fracaso. En la lógica de la destrucción creativa, el error no es un obstáculo, sino un maestro: solo quien se permite fallar descubre nuevos caminos hacia el éxito.
El inversionista Peter Thiel, en De cero a uno (2014), resume esta filosofía al señalar que la verdadera innovación ocurre cuando se pasa de cero a uno, es decir, cuando se crea algo completamente nuevo en lugar de repetir lo que ya existe. Innovar implica desafiar el consenso y construir el futuro desde la originalidad.
La historia de la humanidad está tejida por miles de actos de destrucción creativa: inventos, avances tecnológicos y empresas que desafiaron lo convencional. Cada una demuestra que el progreso nace de la audacia.
Emprender es eso: atreverse a comenzar aun sin camino, creer que la imaginación puede cambiar realidades y levantarse cada día con la certeza de que todo puede hacerse mejor. El emprendedor no es solo un creador de negocios, sino un soñador que convierte la incertidumbre en oportunidad; el puente entre lo que fue y lo que puede ser.
En su espíritu habita la promesa más humana de todas: la de reinventarse siempre.
Emprender es, en última instancia, un acto de imaginación y valentía: una decisión de construir algo único en un mundo saturado de imitaciones.
Por tanto aprovechemos juntos la fuerza de la destrucción creativa y el emprendimiento como motor del desarrollo: atrevámonos a innovar, a sustituir lo obsoleto con ideas frescas y sostenibles, y a ver en cada cambio una oportunidad para crecer. Cultivemos la resiliencia, aprendamos del error y orientemos nuestra creatividad hacia el bien común; así, no solo fortaleceremos la economía, sino que también construiremos un futuro más próspero, humano y trascendente.