Disturbios en Los Ángeles | Propuestas y Soluciones

Jorge Laurel González

 

“Pero, así como todos sabemos lo que es la paz, ciertamente sabemos lo que no lo es. La paz basada en la represión no puede ser una verdadera paz y solo es segura cuando los individuos están libres para dirigir sus propios gobiernos.”

Ronald Reagan (1911 – 2004) (Presidente de los Estados Unidos 1981 – 1989)  en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, el 24?de octubre de 1985.

 

En los últimos días, Los Ángeles ha sido escenario de violentas protestas motivadas por redadas migratorias orquestadas por el gobierno federal de Estados Unidos, alineadas con una agenda de fuerte mano dura al estilo Trump. El despliegue de agentes de ICE (Inmigración y Control de Aduanas), imágenes de carros incendiados, enfrentamientos con la policía y la intervención de la Guardia Nacional del estado de California han marcado un momento crítico en la política migratoria de facto en suelo estadounidense. Ante esta realidad, el tono beligerante que se ha instalado en ambos extremos del espectro político parece alimentar un espiral peligroso, donde la provocación y la represalia se retroalimentan.                                                                                                                                               En México, la figura del senador Gerardo Fernández Noroña ha añadido gasolina al fuego.     Reconocido por su estilo combativo, Noroña ha realizado declaraciones incendiarias, como ridiculizar la idea de un impuesto a las remesas propuesto por un legislador estadounidense, y reírse de legisladores republicanos. Pero ahora, algunos medios conservadores de EE.?UU. lo señalan como responsable de incitar disturbios, acusándolo de bombardear redes y redes sociales promoviendo una narrativa agresiva contra Estados Unidos. Si bien Noroña no tiene un poder formal para provocar violencia en EU, sus declaraciones sí contribuyen a una atmósfera donde los mensajes radicales se viralizan sin filtros.    Claudia Sheinbaum, presidenta de México, ha tenido que equilibrar una postura delicada. Por un lado, ha condenado enérgicamente la violencia y enfatizado que debemos “buscar evitar confrontaciones por el bien de México”. Por otro lado, sus declaraciones no han sido impecables. La secretaria de Seguridad de EE.UU., Kristi Noem, la acusó de haber alentado la violencia: “es completamente falso”, respondió la mandataria, sin ofrecer disculpas, aunque sí difundió video con su lado de la historia. El problema no es tanto lo dicho como el daño colateral: la narrativa en redes se ha encendido, montada con desinformación, odio y racismo que la sitúan en el epicentro de lo que algunos llaman una “burbuja ultraderechista” que alimenta el resentimiento local contra México.                                                                                                                                                                Estas declaraciones confusas tienen consecuencias palpables: Trump y aliados conservadores las utilizan como argumento para criminalizar protestas, otorgando justificación política y pública para un reforzamiento militar represivo, incluso federalizar la Guardia Nacional de California — en un intento de silenciar la protesta social

Donald Trump, desde su escaño de poder, no ha ocultado su postura: los manifestantes son “insurrectos”, propone detener al gobernador de California e incluso sugiere federalizar la Guardia Nacional, invocando una lógica de emergencia en la que todo aquello que cuestione su autoridad es subversión. La consecuencia es una línea de represión institucional que, de normalizarse, podría erosionar derechos civiles básicos en EE.?UU.                                                                                                               Desde México, damos declaraciones que, aunque intencionalmente moderadas, facilitan una narrativa que Trump capitaliza para impulsar medidas autoritarias. Es vital que nuestras autoridades precisas y limpias en el lenguaje eviten, a toda costa, ser utilizadas como pretexto para legitimar la militarización interna de Estados Unidos.                                                                                                              En medio de esta tensión, el subsecretario de Estado Christopher Landau viajó a México y fue recibido personalmente por Sheinbaum, en Palacio Nacional. Este encuentro, celebrado el 12 de junio, tuvo un mensaje oficial de diálogo e intercambio: Landau se comprometió a mantener canales diplomáticos estables y constructivos, mientras que Sheinbaum expuso su rechazo a las redadas y la criminalización de migrantes.                                                                                                                                                        La reunión incluyó temas delicados: migración, aranceles, flujos comerciales y lucha contra el narcotráfico. En el corto plazo, parece una acción positiva; sin embargo, en el contexto actual, existe el riesgo de que ese acto diplomático se convierta en un cheque en blanco para la normalización de un ciclo donde la represión a migrantes queda tolerada como “pacto” entre gobiernos.                                                                                                                                                              Estamos en un punto crucial de la relación México?EEUU. Por un lado, hemos alcanzado un nivel de interlocución que parecía impensable hace décadas: reuniones presidenciales, subsecretarios que viajan, cumbres del G?7 donde se negocian temas migratorios y comerciales. Pero, por otro, esa interlocución corre el riesgo de convertirse en validación del uso de fuerza contra migrantes y ciudadanos migrantes, muchas veces trabajadores respetuosos de la ley.                                     Hay una responsabilidad compartida. Fernández Noroña puede ser una figura polarizante, llena de arengas y declaraciones que pintan a su gente como víctimas de un sistema injusto ¿pero ayuda a construir soluciones o solo alimenta más la confrontación?. Sheinbaum, por autoridad y jerarquía, debe asegurar que cada palabra, cada matiz, impulse la diplomacia, no la disputa. Y Estados Unidos, por supuesto, debe recordar que las manifestaciones son expresión de ciudadanos, no rebelión armada, y que usar la Guardia o militarizar respuestas puede ser políticamente funcional, pero socialmente devastador.                                                                                                                            La vigilancia pública, los documentos oficiales, los videos, los testimonios —como el que circuló sobre Sheinbaum negando sus dichos— son esenciales para frenar la amenaza de autoritarismos. Si permitimos que la violencia discursiva derive en violencia institucional, habremos cruzado una línea roja: una frontera ética, política, que no solo define nuestras relaciones exteriores, sino el corazón mismo de nuestra democracia.            Los disturbios en Los Ángeles no son un problema local más. Son un reflejo internacional de tensiones migratorias, populismo de represión, y el peligro de convertir en política oficial lo que debería resolverse con diálogo y derechos. Las declaraciones de Fernández Noroña y Sheinbaum tienen impacto, y pueden actuar como combustible. Trump espera la llama para apagarla con fuerza militar. La visita de Landau ofrece oportunidad, pero también necesita vigilancia y claridad. No podemos regalar libertades mientras jugamos a la diplomacia. Recordemos que solamente Juntos, Logramos Generar: Propuestas y Soluciones.

JLG.